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por @ValeraMariscal, management, psicología, gamificación, innovación

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Simpatía, empatía, antipatía.

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Simpatía:

El anciano en el metro observaba a una joven pareja, besándose y rebesándose sin noción del tiempo ni del lugar.

Callado, tímido y casi sonriendo, se alegraba de ver a los dos locos tórtolos disfrutando su primer amor como si de ello dependiera el mundo.

Empatía:

El anciano en el metro observaba a una joven pareja, besándose y rebesándose sin noción del tiempo ni del lugar.

Callado, discreto y dichoso, recordaba su primer amor adolescente y sentía la felicidad profunda que estaban viviendo en ese momento los dos enamorados.

Antipatía:

El anciano en el metro observaba a una joven pareja, besándose y rebesándose sin noción del tiempo ni del lugar.

Callado, serio, furioso por dentro, pensaba ¡Qué vergüenza! Cómo se podía consentir semejante espectáculo, los jóvenes de ahora no conocen la decencia.

besometro

Primeras definiciones en rae.es

simpatía.

(Del lat. simpathĭa, y este del gr. συμπάθεια, comunidad de sentimientos).

 1. f. Inclinación afectiva entre personas, generalmente espontánea y mutua.

empatía.

1. f. Identificación mental y afectiva de un sujeto con el estado de ánimo de otro.

antipatía.

(Del lat. antipathīa, y este del gr. ἀντιπάθεια).

1.f. Sentimiento de aversión que, en mayor o menor grado, se experimenta hacia alguna persona, animal o cosa.

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Cuento: Las Montañas Azules

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I

Érase una vez un bonito pueblo que tenia a lo lejos unas montañas azules. Las llamaban… las Montañas Azules.

Todos en el pueblo admiraban el horizonte hermoso que podían disfrutar cada mañana. El lugar que todos los veranos les enviaba el viento fresco y que en primavera y otoño regalaba las lluvias.

Un día, unos niños del pueblo, curiosos e inquietos, preguntaron a los mayores que qué había en estas montañas ¿Cómo son esas montañas? ¿Qué hay allí? Preguntaban.

Los del pueblo se encogían de hombros: “Nadie ha estado allí jamás”, decían. Otros contaban que era peligroso, que si nadie había ido por algo sería. Los más agoreros decían: si alguna vez fue alguien no se supo que volviera nunca. El caso es que, por una cosa o por otra, nadie se acercó a ver cómo eran esas montañas, ni sabían qué había en ellas.

Tres de esos niños, más intrépidos que prudentes, más traviesos que obedientes, más inquietos que tranquilos, más pillos que un pedillo en una clase de ballet, … pues eso, estos tres, decidieron salir del pueblo y viajar hasta las montañas, andando.

Y allá se fueron, con sus bolsas de comida, con sus calabazas de agua, con sus silbidos corales  y con sus sacos de dormir.

El viaje fue más largo de lo que pensaron, pues no tardaron un día, no tardaron dos, tardaron … tres. Y,  sorpresa, al llegar: NO HABÍA MONTAÑAS AZULES. ¡Eran verdes!

A largo del camino casi no notaron el cambio, pero ya de cerca, lo veían con claridad, estaban llenas de verde vegetación: hierba, árboles y arbustos, verdes.

A medida que se adentraban en ellas, iban descubriendo más maravillas, los miles de tonos verdes estaban salpicados de pájaros, flores y frutos de miles de colores. Entre los verdes más oscuros se oían las risas de las cascadas de agua. Y de copa a copa, volaban las notas de los cantos de las aves.

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Un valle, asomaba a sus pies con un río claro, vital y caudaloso. Ante el espectáculo, los niños, comenzaron a reír, se bañaron en sus aguas, después, jugaron en sus orillas, subieron a los árboles y comieron sus generosas frutas. Satisfechos, sestearon en la hierba, pensando en todas las riquezas y maravillas que tenían esas montañas, que contentos se pondrían en el pueblo cuando se enteraran.

¡Los del pueblo! ¡Los padres! La emoción les había despistado, se habían olvidado de ellos, tenían que volver. ¿Qué estarían haciendo en el pueblo? ¿Qué estarían haciendo?…

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Comprender a un pez

«¿Qué sabe el pez del agua donde nada toda su vida?»

(Atribuida a Albert Einstein)

 

 

 

 

No era mi intención, pero, tengo un pez. Ahí, sobre mi mesa, mirando por el cristal. ¡Qué difícil me sería comprender a un pez!. Sentirme en su piel, o lo que tenga.

A pesar de ello, sin saber cómo, invertí unos minutos intentándolo. Primero le observé: es feo, negro verdoso y con bigotes largos. Aunque, me da la sensación de que esto no le importa, es decir, desde su punto de vista, esto no parece ser lo primordial. Ni siquiera se peina.

Se pasa el día en el fondo y solamente al atardecer se activa más, en la noche, incluso da saltos. Llevamos los ciclos circadianos a contracompás. Vive al revés ¿o soy yo?

Es difícil empatizar con un pez, me es muy difícil intuir qué piensa, al menos por su rostro. Su semblante, cambia poco, o casi nada. Así son los peces, jugadores de póquer.

Creo que a pesar de estar fuera de su hábitat natural, está tranquilo y sin agobios: no tiene depredadores, la comida le viene del cielo, y se pasa día mirando por el cristal. Es como ver Gran Hermano pero sin Mercedes Mila. Espero que al menos le guste el programa.

Otra cosa que me he preguntado es ¿qué le motivará? No muestra tener especial interés por nada, de vez en cuando se da un paseo por la pecera, otras veces, se choca contra las paredes de cristal. Por el día lo que más le gusta es esconderse en las piedras y ¿dormir?. A lo mejor, está pensando algún plan secreto y es un infiltrado de extraterrestres que piensan invadir la tierra ¿quien sabe?

Se lo he preguntado, pero sólo mira profundamente y abre la boca. Eso si parece motivarle, no para de abrir y cerrar la boca. Debe tener algún significado vital para él ese movimiento. Puede que sea una muestra de poder o un símbolo de estatus. Como cuando un señor fuma cigarros caros. O es un movimiento especializado que requiere sabiduría y concentración. ¿Lo habéis intentado alguna vez? Abrir y cerrar la boca como los peces, relajando y tensando los maseteros, lentamente,… curioso.

No se por qué lo hace. Un pez es poco expresivo, no da pistas, al menos el mío.

El caso es que, me dí cuenta que llevaba unos minutos intentando comprender al pez y caí en que hay una vida fuera de la pecera. Y me acordé del trabajo, de las habilidades directivas, del liderazgo…

¿Pero que tiene que ver esto con liderazgo? pensareis. Pues lo cierto es que no lo sé, pero este tiempo contemplando la pecera me llevó a la pregunta ¿Cuanto tiempo dedican muchos jefes a conocer a cada persona de su equipo?

– «Probablemente, menos que el que me has dedicado a mi» respondió el pez.

 


Pregunta: ¿Estás de acuerdo con el pez?

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Crisis en un charco

La naturaleza cuenta sus cuentos a quién la escucha.

Salí del pueblo con mi hija de 6 años hacia un arroyo cercano. Ya estuvimos allí en primavera y ella lo recordaba verde y rebosante de agua cristalina, ranas, flores, libélulas.

Ahora es verano, el paisaje es otro, como si la tramoya de la vida hubiese cambiado totalmente el escenario. Antes, verde, ahora, ocre.

Es primero de agosto y hemos pasado un año especialmente árido. En julio, las tormentas se burlaron del polvo lanzando gotas que se evaporaban en el viento, antes de tocar tierra.

Llegamos. El arroyo está seco, como una cicatriz de tierra cosida con juncos verdes. Apenas tres de las pozas más profundas tenían agua. Las dos más grandes, a la derecha del camino, tenían para unas semanas.

A la izquierda la escena era más cruda:

En el centro de una seca cuenca de canchos, quedaba un charco. Apenas un metro cuadrado húmedo, una sopa de vida: agua, limo, lodo y… agonizando violentamente, miles de diminutos alevines que iban varando en sus orillas hasta desfallecer. Los más afortunados, o los menos, según se mire, aún nadaban entre los canales más líquidos del centro del charco. Agua verde y una multitud de peces asustándose de nuestras sombras. Sin posibilidad de huida, moviéndose, agitados, desesperados, pequeños, sucios y perdidos.

Mi hija, feliz ¡Tantos pececitos juntos! Podía tocarlos con sus manos. Un sueño para un niño. Reía y daba vueltas alrededor del charco, como una gata alegre, buscando el mejor modo de atrapar sus juguetes. Los tomaba, los miraba, chillaba, los soltaba, volvía a cogerlos ¡Papá, mira este es más grande! Entusiasmo de una curiosidad radiante.

Miré al cielo, claro, azul, sin nubes. Ninguna esperanza de lluvia en los próximos días y muy probablemente en semanas.

Miré el charco y oí sus gritos, ¿qué hacemos? ¿Dónde vamos?¿Qué pasa?… Hija, vámonos, ya es tarde. Me costó convencerla. Volvimos al pueblo y, en el camino, ella me hablaba del charco, quería que volviésemos mañana. Seguramente recordará este momento, toda su vida.

Yo no paraba de pensar en los peces y en la metáfora, atrapados, con el aire al cuello, huyendo en círculo… Ninguna de las soluciones que la naturaleza les había programado les sacaría de esto.

Y para los que esperan un final feliz, siento decepcionarles. Volví dos días más tarde y quedaba medio metro cuadrado de peces muertos y enterrados en cieno verde. La analogía: pasta oscura de fetuccini de pescado. Muchos habrían muerto viendo un hermoso y seco cielo azul de agosto. Pero, no me miren así, no me acusen, fue la naturaleza la que escribió y terminó este cuento de verano ¿o no?.

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Caso: Virgencita que me quede como estoy

A – Pues con este cambio os ahorraríais una pasta en el departamento, además los profesionales que se encargarían son de los mejores. Tienen años de experiencia trabajando para las mejores empresas. Para Recursos Humanos, y sobre todo para Formación, sería una oportunidad de tener datos concretos de resultados. Y ya te digo, sobre todo, que los próximos años aportaríais aún más valor con menos coste.

B – Ya si la verdad es que parece un proyecto excelente, y me gustaría poderlo implantar por que creo que hace falta renovarse y ahorraríamos. Pero ya sabes tu como son las cosas aquí, esta es una empresa de siempre, además ahora es un momento delicado. Hasta mi puesto puede peligrar, lo mejor es que no toque nada de momento, más adelante, ya veremos.

 
¿Cómo ves el comportamiento de B?

Puedes elegir más de una alternativa o comentar abajo.

 

 

 

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Lázaro

La reunión se convocó a las 16,00, comenzó a las 16,25.

El final previsto era a las 18,00 terminó a las 21,30.

El asunto era complicado y luego, pues eso, se habló del proyecto K que salió mal por culpa de… y ellos que fue por los de…, y los de, que los de,… y yo miré mi movil, vi la foto de mis hijos, miré la hora. Se hacía tarde, dijo el jefe. Volvimos al asunto, bueno al primer punto. Se abrió el debate, ya más flojo, hubo risas, la Eurocopa,  acordaron cosas, bostecé por dentro. Anoté todo, aporté lo que pude. Fuimos cerrando, a punto por minuto y nos quedaron dos, los dejamos para el jueves. Salimos, subí al coche, conduje de noche, ya casi solo. Llegue a casa, los niños dormidos, me recibe el sueño, una cena sin plato y a la cama, estoy muerto. Mañana, una voz oscura en la madrugada: levántate y anda.

 

Resultados votación primera semana:

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Brocheta de clientes con crujientes de sudoku. (o como pasar del cliente)

Dificultad: Media, se necesita cierta experiencia

Precio: Económico.

Tiempo de preparación: Al menos media hora por cliente.

 

 

 

Ingredientes:

  • Varios clientes al natural, mejor si están un poco escamados.
  • Un lugar de atención preferiblemente con ventanilla y mal indicado.
  • Una sala de espera caliente y oscura.
  • Un par de impresos incomprensibles.
  • Varios pinchos de tasas, facturas, contratos,…, también pueden venir bien unos suplementos bien afilados.
  • Kilo y medio de cara de perro y  un puñadito de respuestas groseras
  • Un chicle
  • Un sudoku

Preparación:

Enfriamos el lugar de recepción del cliente, lo dejamos con poca luz y lo disimulamos convenientemente.

Ponemos los clientes a macerar unos minutos, para que cojan sabor. Como aliño, puedes añadir unas hojas sueltas de revistas viejas.

Mientras vamos repasando el sudoku con esmero, tendremos cuidado de no prestar ninguna atención a la presencia de clientes, para que absorba mejor los aromas.

Cuando veamos que ya han cogido algo de olor, levantamos la mirada del sudoku con desgana,  y añadimos la cara de perro con mirada de: «Me acabas de joder el sudoku ¡Individuo!».

Este es un momento delicado y no debemos dejar que hable mucho. Los clientes tienen tendencia a quejarse y si escuchas demasiado se te ablandarán y perderían la textura que les dejo el sudoku. Métete el chicle en la boca, mastica y recibe con total desinterés.

En ese momento,  aplícale un par de formularios, y dale la vuelta, poniéndole en la plancha sobre la que rellenará los impresos.

Uno a uno, vas preparando varios clientes y los vas dejando reposar en la sala contigua, previamente calentada, para que además de tostados, suden.

Mientras, continuas con el sudoku, y se pongan crujientes por dentro.

Cuando los clientes están listos, pásalos de nuevo por la ventanilla y por turnos, les vas clavando con la tasa de servicio correspondiente, cuidando que queden bien ensartados, si alguno está un poco duro, puedes aplicarle un suplemento especial más afilado para que quede bien sujeto.

Una vez hecha la brocheta, les das un poco de brasa con «el procedimiento OT-34 de la central»,  «esto es lo que hay» y «las normas no las pongo yo».

Como adorno, puedes terminar y haciendo un par de bombitas con el chicle mientras miras al cliente de arriba abajo.

Notarás que están hechos por que comienzan a ponerse negros. Entonces, los sacas de la recepción, para que se oreen. Si se te ponen pesados puedes ayudarte un agente de seguridad, eso es señal de que están en su punto.

Truco:

En la cocina tradicional, el sudoku puede ser sustituido por un crucigrama, si no tienes a mano, también quedan muy bien con un teléfono móvil.

 

 

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Un momento

– Carlos ¿Puedes venir un momento?.

– Si señor, voy enseguida.

Carlos deja lo que está haciendo, se acerca al despacho de su jefe. Piensa: ¿Qué querrá ahora?

El jefe, mirando unos papeles sobre la mesa, dice a Carlos:

– Siéntate un momento. Mira te llamaba por que estas cuentas no salen, tengo aquí tus gastos del mes pasado pero faltan cosas. ¿Donde está la última semana?

Carlos mira a los papeles, y mira a su jefe:

– A ver, si bueno, es que esos son los penúltimos. En el fichero de Excel de la carpeta compartida, están todos los gastos actualizados.¿Te los imprimo?.

–  ¡Joder, con la carpetita compartida! A mi déjamelo sobre la mesa. No tengo tiempo para ir de carpeta en carpeta, ya sabes que no soy de ordenadores – Comenta el Jefe.

– De acuerdo – responde Carlos.

Tras despedirse, Carlos vuelve a su puesto. Imprime el fichero Excel, vuelve donde su jefe, se lo entrega, «Gracias», dice el jefe, «De nada» responde Carlos.

Han pasado 20 minutos, Carlos vuelve a su puesto. Se queda pensando sobre lo que ha pasado. Le despierta la pantalla del ordenador ¿Por donde iba?…

Pregunta sobre el texto: ¿Que te sugiere esta escena?

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Las barbas del vecino

 

Jorge salia del baño, cabizbajo y ensimismado, se dirigía hacia su puesto. La moqueta azul pasaba bajo sus pies, eterna y sin sentido. ¿Qué pasará ahora? ¿Dónde iré mañana? ¿Cómo se lo digo a Blanca? No era el primero, hace ya dos años, se veía venir. Pero, no era lo mismo, el era el más mayor, el más antiguo. ¿Qué le queda a él ahora? … pon las tuyas a remojar, resonaba dentro de él.

 

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